Era verano, cuando Carla paseaba alegremente por un bonito pinar con sus papás. Le encantaba ir con ellos, pero ya se sentía mayor y aunque no se distanciaba,se paraba a contemplar las flores, a coger piedrecitas; incluso a escuchar el canto de los pájaros. Quería mucho a los animales. Fue entonces cuando junto a un riachuelo, Carla vio un montón de margaritas y sobre ellas muchas y muchas mariposas de colores revoloteaban y jugaban entre ellas.Quiso unirse y fue corriendo. Le gustaban las blancas, pero también las azules. Incluso las había rosas, su color favorito. Pero cuando llegó a ellas se dispersaron y la niña miró a sus padres con cara de asombro, ¿por qué se habían ido si ella también quería jugar?. “No te preocupes, Carla” le dijo su papá, “espera un ratito aquí sentada junto a las flores y ya verás cómo vienen de nuevo”. Así fue, pero a la fiesta de las mariposas se habían unido las libélulas. La niña no abandonaba su cara de sorpresa que se iba transformando en emoción. No paraba de sonreír y sonreír. Su mamá quiso que ese instante lo pudiera recordar la niña siempre y lo captó con su cámara. Carla estaba junto al riachuelo, entre flores, mariposas y libélulas en aquel precioso y caluroso día de verano.