Oían su graznido y sabían que se acercaban. Iban siempre juntos.
Él la eligió. Se posó en su hombro y no se volvió a separar.
La joven descubrió en sus intensos ojos negros una mirada desafiante, inteligente, que la prevenía de hechos, le anunciaba otros, le indicaba en quién sí y no confiar.
A veces, en la noche, despertaba al escuchar su nombre, pero solo estaba él, el cuervo, vigilando su sueño.
Enviado o no por un nuevo Odín, abría sus grandes y relucientes alas, levantaba el vuelo y desaparecía, para luego volver.