Ya en los años de Facultad me llamaba la atención su actitud. De maneras pausadas, no muchas palabras, pero siempre acertadas, dejando paso a silencios que hablaban.
Un hombre sabio era «el catedrático». Con la sabiduría que te dan los libros y más la vida; haber vivido muchas, la propia y ajenas. Volvía prácticamente de todo y con una afable y pícara sonrisa, dejaba hacer.
Estos días, con el sonido de las olas de fondo, me viene su recuerdo. Recupero su sabiduría, su sencillez, el valor de lo que realmente importa. Olvidando todo lo ajeno y centrado en lo propio. Disfrutando de pequeños placeres que se agrandan. De la buena gente, de la gente buena.
Lo demás, poco importa.