Para mi imprescindible Omar, que esté donde esté siempre cuida de mí
Amaneció entre las dunas del rojo desierto. Miró a su alrededor y contempló la inmensidad, la belleza, pero también la soledad. De vez en cuando le gustaba ir allí a pensar, al lugar que detenía el tiempo.
Se acercaba su cumpleaños y pretendía saborear todo lo vivido; países, amigos, proyectos, amores. Tanto disfrutado, trabajado; tanto recorrido. Y allí estaba, rendido ante ese gran espectáculo natural que le otorgaba el nuevo día.
Una niña perdida se acercó hasta él. Andaba despistada, sin saber cómo había llegado allí y se alegró de encontrarle, tan seguro, decidido, resuelto. Él sabría lo que hacer. Eso parecía.
Sin embargo, la pequeña le descolocó. Sus grandes ojos brillantes le miraban buscando acción, pero se había quedado paralizado. Esa paz, silencio y retiro que buscaba se había alterado.
«¿De dónde has salido, chiquilla?» Le preguntó, «¿Cómo has llegado hasta aquí, si no hay nada en kilómetros? «
«Me desperté y aquí estaba» Dijo.
¿La habrían abandonado? No era posible. Si la niña era lindísima.
Emprendieron el recorrido hasta el coche, aunque tendrían que caminar bastante. Primero en silencio y luego ya roto, volvió a toparse con la inocencia, la espontaneidad y la sinceridad. Y recordó sus bonitos momentos de niñez, sus juegos y sus lecturas.
Al rato, un halcón se posó junto a la niña. «Tan libre» Pensó. Y volvió a su adolescencia y juventud, con su banda sonora de fondo. Eso sí era libertad, cuando se iba a comer el mundo.
Ahora, casi lo había comido y entre pensamiento y pensamiento se dio cuenta de que estaba al lado del vehículo, pero no había nadie con él.
Quizá era momento de regresar.