La estaba esperando. Sentado en su tabla sabía que era ella.
Segundos antes de cogerla, una sensación excitante
y a la vez placentera empezó a recorrerle. Era enorme.
Desde la arena pudieron contemplar ese espectáculo que fue verle danzar con ella.
Un vals acompasado, pero bravo como un tango.
Ella le atrapaba para volverle a soltar entre latigazos;
y él, iba y venía como en un juego de seducción.
De nuevo ella, ya a modo de dulce despedida
le dejó seguir su camino
acompañándole hasta la orilla.